¿CUÁL ES EL DÉCIMO MANDAMIENTO?
A. El
décimo mandamiento es: No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la
mujer de tu prójimo, ni su siervo ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa
alguna de tu prójimo. Ex. 20:17.
1. ¿CUÁLES SON LOS DEBERES EXIGIDOS EN EL DÉCIMO MANDAMIENTO?
A.
Los deberes exigidos en el décimo mandamiento son: el contentamiento con
nuestra propia condición. Heb. 13:5. Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis
ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré. 1 Tim. 6:6. Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento.
B.
una disposición caritativa de toda el alma para con nuestro prójimo en todo lo
que nuestras emociones y afectos internos toquen a él y tiendan al bien
ulterior de lo que es suyo. Rom. 12:15. Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Fil. 2:4. No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo
de los otros.
Job. 31:29. Si me alegré en el
quebrantamiento del que me aborrecía, Y me regocijé cuando le halló el mal. 1 Tim. 1:5. Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón
limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida.
2. ¿CUÁLES SON LOS PECADOS PROHIBIDOS EN EL DÉCIMO MANDAMIENTO?
A.
Los pecados prohibidos en el décimo mandamiento son: el descontento con nuestro
propio estado. 1 Cor; 10:10. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el
destructor.
1 Rey 21:4. Y vino Acab a su casa triste y
enojado, por la palabra que Nabot de Jezreel le había respondido, diciendo: No
te daré la heredad de mis padres. Y se acostó en su cama, y volvió su rostro, y
no comió.
B.
La envidia. Gal. 5:26. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos
unos a otros.
Sant. 3:14-16. Pero si tenéis celos amargos y
contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad;
porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal,
diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda
obra perversa.
C.
Y tristeza por el bien de nuestro prójimo. Sal.
112:9-10. Reparte, da a los pobres; Su justicia permanece
para siempre; Su poder será exaltado en gloria. Lo verá el impío y se irritará;
Crujirá los dientes, y se consumirá. El deseo de los impíos. Neh. 2:10. Pero oyéndolo Sanbalat horonita y Tobías el siervo amonita, les
disgustó en extremo que viniese alguno para procurar el bien de los hijos de
Israel.
D.
Juntamente con todas las emociones y afectos desordenados para alguna de las
cosas que son suyas. Rom. 7:7. ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no
conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la
ley no dijera: No codiciarás.
Deut. 5:21. No codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni desearás la casa de tu prójimo, ni su tierra, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo. Col. 3:5. Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza,
pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría. Rom. 13:9. Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás,
no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta
sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
EL DÉCIMO MANDAMIENTO.
Es una prohibición general de la codicia. «No codiciarás» es una
orden global. No desearás de manera desordenada lo que no tienes. Y
especialmente lo que pertenece a tu prójimo. Incluye el mandamiento positivo de
contentarse con las provisiones de la Providencia, y la orden negativa de no
afligirse ni quejarse debido a los tratos de Dios con nosotros, ni envidiar la
suerte y las posesiones de otros. El mandamiento a tener contentamiento no
implica indiferencia ni alienta a la pereza.
Una disposición alegre y contentada es perfectamente compatible
con un debido aprecio de las buenas cosas de este mundo, y con la diligencia en
el empleo de todos los medios apropiados para mejorar nuestra condición en la
Vida. El contentamiento no puede tener otro fundamento racional que la
religión. La sumisión a lo inevitable es sólo estoicismo, o apatía, o
desesperación.
Las religiones de Oriente y del mundo antiguo en general, hasta
allí donde eran sujeto del pensamiento, al ser esencialmente panteístas no podían
producir nada más que un consentimiento pasivo de ser llevados por un período
definido por la irresistible corriente de los acontecimientos, Y llegar luego a
quedar disueltos en el abismo del ser inconsciente.
Los pobres y los míseros podían, con esta fe, tener bien pocas
razones para contentarse, y estarían bajo la más fuerte tentación para envidiar
a los ricos y afortunados. Pero si alguien cree que hay un Dios personal
infinito en poder, sabiduría y amor; si cree que la providencia de Dios se extiende
sobre todas las criaturas y sobre todos los acontecimientos; y si cree que Dios
ordena todas las cosas, no sólo globalmente para lo mejor, sino también para lo
mejor para cada individuo que pone su confianza en Él y que acepta Su voluntad,
entonces seria una insensatez no contentarse con las distribuciones de Su
infinita sabiduría y amor.
La fe en las verdades a que se hace referencia no pueden dejar de
producir contentamiento allí donde la fe es real. Cuando además consideramos
los peculiares aspectos cristianos del caso; cuando recordamos que este
gobierno universal es administrado por Jesucristo, en cuyas manos ha sido
encomendada toda potestad en los cielos y en la tierra, como Él mismo nos dice,
entonces sabemos que nuestra parte está determinada por Aquel que nos amó y que
se entregó a Si mismo por nosotros, y que se cuida de Su pueblo como un pastor
se cuida de su grey, de manera que no puede caer un cabello de nuestras cabezas
sin Su autorización.
Y cuando pensamos en el futuro eterno que Él ha preparado para
nosotros, entonces vemos que los dolores de esta vida no son dignos de ser
comparados con la gloria que será revelada en nosotros, y que nuestras ligeras
aflicciones, que son por un momento, obrarán por nosotros un sobremanera
abundante y eterno peso de gloria; entonces el mero contentamiento es elevado a
una paz que sobrepasa a todo entendimiento, e incluso a un gozo lleno de
gloria. Todo esto queda ejemplificado en la historia del pueblo de Dios tal
como se revela en la Biblia.
Pablo no sólo podía decir: «He aprendido a contentarme, cualquiera
que sea mi situación» (Fil4:1l), sino que también podía decir: «Por amor de
Cristo, me complazco en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en
persecución, en estrecheces» (2 Co 12: 10). Ésta ha sido de manera clara la
experiencia de miles de creyentes en todas las edades. De toda la gente del
mundo, los cristianos están obligados a contentarse en todas las situaciones en
que se encuentren.
Es fácil decir estas palabras, y fácil para los que están cómodos
imaginarse que están ejercitando la gracia del contentamiento; pero cuando uno
está aplastado por la pobreza y por la enfermedad, rodeado por aquellos cuyas
necesidades no puede suplir, y viendo a aquellos a los que ama sufriendo y
fatigándose bajo las privaciones que sufren, entonces el contentamiento y la
sumisión están entre las más altas y más raras de las gracias cristianas. Sin
embargo, mejor es ser Lázaro que Dives.
La segunda forma de este mal condenada por este mandamiento es la
envidia. Es algo más que un deseo desordenado de poseer algo que no se tiene.
Incluye el dolor de que otros tengan lo que nosotros no gozamos; un sentimiento
de odio y de malicia contra los más favorecidos que nosotros, y el deseo de
privarlos de sus ventajas.
Este es un verdadero cáncer del alma, produciendo tormento y
carcomiendo todos los buenos sentimientos. Montesquieu dice que cada hombre
tiene una secreta satisfacción por las desgracias hasta de sus más queridos
amigos. Por cuanto la envidia es la antítesis del amor, es de todos los Pecados
el más opuesto a la naturaleza de Dios, y nos excluye más eficazmente que
cualquier otro de Su comunión.
Tercero, las Escrituras
hacen sin embargo mención más frecuente de la codicia bajo la forma de un deseo
desordenado por la riqueza. La persona cuya característica es la codicia tiene
como principal fin de su vida la adquisición de riqueza. Esto llena su mente,
embota sus afectos y absorbe sus energías. De la codicia en esta forma dice el
Apóstol que es la raíz de todo mal. Esto es: No hay mal, desde la mezquindad,
el engaño, el fraude, hasta el asesinato, a cuya comisión no haya empujado la
codicia a los hombres, o a los que no amenace siempre empujarles.
DEL
CODICIOSO EN ESTE SENTIDO DE LA PALABRA LA BIBLIA DICE:
(1) Que no puede entrar en el cielo (1 Co 6:10).
(2) Que es un idólatra (Ef 5:50). La riqueza es su dios, esto es,
aquello a lo que da su corazón y consagra su vida.
(3) Que Dios le aborrece (Sal 10:3). Este mandamiento tiene un
especial interés, por cuanto nos dice San Pablo que fue el medio de llevarlo al
conocimiento del pecado. «Tampoco habría sabido lo que es la concupiscencia, si
la ley no dijera: No codiciarás» (Ro 7:7).
La mayor parte de los otros mandamientos prohíben actos externos,
pero éste prohíbe un estado de corazón. Muestra que ninguna obediencia externa
puede cumplir las demandas de la ley; que Dios mira al corazón, que Él aprueba
o desaprueba los afectos y propósitos secretos del alma; que un hombre puede
ser un fariseo, puro externamente como un sepulcro blanqueado, pero por dentro
lleno de huesos de muertos y de toda inmundicia.